¡Libérate del dolor de cabeza!

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El dolor de cabeza es, quizás, uno de los síntomas que antes acusamos cuando ya estamos en la fase de resistencia del estrés laboral, ya acercándonos a la fase de agotamiento.

Recordemos que el estrés tiene 3 fases:

  1. Alarma: instinto de supervivencia ante una amenaza, una exigencia...
  2. Resistencia: cuando nuestro organismo aún está intentando equilibrarnos para resistir con fuerza ante los retos a los que nos estamos enfrentando: sobre-generando hormonas como el cortisol y la adrenalina e intentando compensar el desequilibrio químico interno que esto nos produce, teniendo que consumir la hormona del descanso y la relajación como la dopamina.
  3. Agotamiento: cuando nuestro cuerpo ya ha consumido en exceso, de nuestro almacén, la dopamina suficiente como para que no nos quede fuerzas para enfrentarnos a la solución que necesitamos y poder
  4.  aliviar numerosos síntomas que ya acumulamos.

 

Como he  dicho antes, el dolor de cabeza tensional es una de las primeras alarmas que aparece en la fase de resistencia. Pero la mayoría de las personas no hacemos caso. El gesto que más a menudo repetimos es el de pedir un analgésico para seguir trabajando, si no es que ya lo llevamos encima porque nos ocurre a menudo.

Y este malestar suele empezar con la tensión de nuestra espalda y hombros. En la espalda se nos va acumulando el peso o la tensión de la obligación o la responsabilidad. Sutilmente, sin apenas darnos cuenta, porque las personas nos solemos concentrar y sumergir en nuestro trabajo con la voluntad de acabar, cuanto antes, aquello en lo que estamos inmersas. No nos solemos acordar de tomarnos un descanso, respirar, estirar y mover los músculos. Y más adelante, esta tensión suele subir hacia el cuello y las cervicales. En esta zona, en nuestro cuello, con forma de periscopio de un submarino que    tiene la facultad de girar a uno y otro lado y desde donde lo podemos controlar todo, al no apartar los ojos de la pantalla, lo dejamos inmóvil y sin movimiento aguantando la tensión que llega empujando desde nuestra espalda cada vez más tensionada y suele ir subiendo hacia nuestro cuero cabelludo que también acaba tensionándose. Y cuando esto pasa, ya no podemos controlar casi nada. Y esto, junto al dolor de ojos que va acusándonos, por a menudo no apartar la vista del ordenador, van apareciendo pequeños dolores de cabeza que poco a poco se van acentuando.

Estos dolores de cabeza empiezan como un pinchazo continuo en una o las dos sienes. Más adelante es como tener una cinta de acero que te aprisiona toda la zona frontal. También podemos llegar a sentir como un casco que nos aprieta fuerte. Se nos va haciendo cada vez más insoportable, incluso invalidante.

Todo esto ocurre por las presiones a las que nos podemos estar sintiendo sometidas debido a las exigencias de nuestro puesto de trabajo, al que a menudo también se añade un ambiente hostil, una baja valoración de las tareas que realizamos, poco soporte social, etc.

Además, puede estar ayudando nuestra autoexigencia y perfeccionismo por hacer las cosas rayando la perfección para alimentar nuestra ambición, y por nuestro enjuiciamiento de si somos suficientemente buenos profesionales, las dudas, la culpa encubierta de no poder cumplir con “nuestras obligaciones” laborales... ¿Todo para tener una supuesta valoración social?

Sin apenas percibirlo, lo elevamos todo a la cabeza, haciendo lo que es sensato, racional y comprensible ante los ojos de nuestro entorno social y productivo. Nos decimos: “No podrán decir que no me gano el sueldo con el sudor de mi frente”, o mejor dicho a costa de nuestro dolor de cabeza.

En estos y en otros síntomas, nos olvidamos de la parte inferior de nuestro cuerpo. De la que empezó a hablarnos despacito, avisándonos con pequeños síntomas más inferiores y que al no hacerle caso al cuerpo, éste fue subiéndolo hasta el único punto en el que estábamos centradas o centrados, la cabeza, para llamar nuestra atención.

Solemos olvidar que la cabeza y el corazón van unidos. Si nos olvidamos de una de las partes, facilitamos que la otra se enferme. En el corazón está el sentimiento y en la cabeza, el pensamiento. Si las separamos, nos alienamos de lo que sentimos con lo que pensamos y nuestro cuerpo entrará en conflicto y se desequilibrará. Con lo cual, al olvidarnos de lo que sentimos y centrarnos solo en el razonamiento, nuestro cuerpo se enferma.

Si estáis leyendo éste artículo y yo lo estoy escribiendo es porque estamos en esa fase o la hemos pasado y queremos entender  cómo llegamos a ese punto y qué puedo hacer

¿Qué podemos hacer entonces?

Nos podemos llenar de analgésicos, pero estaremos poniendo parches hasta que el humo de la cabeza salga negro o sintamos que nos va a estallar la cabeza, pero mi experiencia es que llega un momento en que los analgésicos ya no nos alivian. Entonces no nos quedará más remedio que parar, respirar, descansar, aprender a autorregularnos y a poner límites, tanto a la exigencia externa como a bajar nuestro perfeccionismo y autoexigencia.

Pues podemos re-aprender a desconectarnos, a soltar todas aquellas cargas que nos someten para volver a equilibrar lo que sentimos, con lo que pensamos y con  lo que hacemos. Ser más coherentes y respetuosos con el animal mamífero que somos y aprender a vivir de verdad, a darle importancia a lo que realmente es importante. Y nuestra vida lo es, así que mejor ponerla en el centro de todo. Escuchar más nuestros instintos de cómo conservar la vida.

¿Y cómo aprendemos a escuchar nuestros instintos de conservación y asegurarnos que no volvemos a caer en la rueda de desvalorización de nuestra vida?

Mi experiencia fue realizar un trabajo corporal y emocional a la vez. Y eso lo pude desarrollar en  las clases regulares de biodanza, donde se desarrolla la capacitación de unir aquello que sentimos con lo que pensamos y hacemos. Esto nos permite tomar decisiones coherentes con nosotras y nosotros mismas, de acuerdo a nuestras necesidades. Ya que la base de la biodanza es el principio biocéntrico, donde la vida está en el centro de su modelo teórico. Su propósito es que re-aprendamos a conservar nuestra propia vida.

Las vivencias de biodanza respaldada por las músicas, delicadamente escogidas, nos desarrolla la capacidad de generarnos más conciencia de nosotras mismas y de un estado de más relajación, donde los ejercicios  y la música, como el lenguaje universal que es y que llega hasta nuestro inconsciente, deflagra vivencias reparadoras que nos aportan más vida. La vitalidad y el descanso están íntimamente ligados en este sentido. No hay vitalidad sino descansamos lo suficiente.

El sistema de biodanza nos permite restablecer el equilibrio orgánico: el ritmo de nuestro corazón, de la pulsación de la sangre en nuestros vasos sanguíneos, armonizar nuestra respiración para oxigenar nuestras células, regular nuestro tono muscular sin forzar, recupera nuestra capacidad de jugar y el disfrute de danzar nuestra vida de una manera fluida. Nos facilita el desarrollo de habilidades para encontrar sentido a nuestra vida, de escuchar nuestras necesidades, a soltar nuestras corazas que marcan nuestro carácter y a alinear aquello que sentimos, con lo que pensamos y con lo que hacemos. Nos integra como seres humanos. Y la música facilita este proceso porque actúa a nivel profundo.

Hace unas semanas en una de las sesiones, una persona me dijo:

  • Pues, vine con dolor de cabeza y se me ha marchado.

Y, yo sonreí- ¡Como me alegro!, sentí.

La biodanza equilibra nuestro organismo. Así que os invito a probar.

¡Podéis venir a alguna de las siguientes sesiones a probar!

Las próximas sesiones abiertas son el domingo el  16 de diciembre y el 30 de diciembre. La aportación de la sesión para venir a probar una sesión es de 10€, para cubrir gastos de la sala.

Horario: de 11 a 13h.

Sala: Slalom Espai Salut. Via Massagué, 61 de Sabadell.

Venid con ropa cómoda y 15minutos antes.

Aquí abajo está el cuestionario para apuntarte o comunicarte conmigo.

 

 

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